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Vol. 99. Núm. 10.
Páginas 818-819 (diciembre 2008)
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RINCÓN DEL ARTE
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Plantas y flores
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A. Rodríguez-Pichardo
Autor para correspondencia
arodriguezpi@aedv.es

Antonio Rodríguez Pichardo.
Departamento de Dermatología. Hospital Universitario Virgen Macarena. Sevilla. España
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Mi afición por las plantas es anterior a la de la pintura, y ambas están relacionadas en la memoria de mi niñez; ya con 4–5 años recuerdo haber hecho una poda incontrolada y a destiempo de unos fantásticos geranios en el patio de mi casa, y que mi madre cuidaba con esmero. Aquello me ocasionó una gran riña, pero me indicó el camino a seguir, ¡desde entonces he sido jardinero! En el colegio tuve la gran suerte de que el Padre Román nos diera clases de Ciencias Naturales, nada menos que en el cercano Parque de María Luisa. Por supuesto que con esos antecedentes lo normal es que me gustaran las plantas y las flores, pero siempre implicándome en su cuidado y su cultivo. Desde hace unos años tengo en una zona privilegiada para las plantas, el Aljarafe, una casa con jardín y una pequeña huerta; realmente lo que nos animó a comprarla es que ya tenía un jardín frondoso y con bastantes árboles. La estancia en «Jacarandá» -no podía llamarse de otra manera-, me proporciona las mejores horas de la semana: sembrando, podando, trasplantando, regando, curando plagas, quitando malas yerbas, abonando… Un jardín tiene siempre trabajo y si encima te empeñas en tener algún tipo de flor en cada época del año, aún más. Desde principios de febrero comienzan a florecer las calas (zantedeschia althiopica), después de haberlo hecho el almendro, el nectarino y los prunos (prunus subhirtella), siguiéndole poco más tarde las fresias (freesia refracta) y los lirios; todo ello anuncia la primavera. Esta época es ya una continua producción de otras flores, entre ellas las clivias (clivia minata), tan abundantes en los patios sevillanos coincidiendo con la Semana Santa. La primavera es la estación más esplendorosa en un jardín: florecen celindas, agapantos (agapanthus umbellatus), rosales, geranios, gitanillas, petunias, claveles, pelargonios, hortensias, margaritas y toda la gama de colores de las buganvillas. En el verano el jardín adquiere más color con las cinias (zinnias), los claveles del moro (tagetes erecta) o las vincas, y es la estación en la que el jardín despierta otro sentido, el olor, con los jazmines y el empalagoso de la dama de noche o galán de noche.

¿Qué enseña un jardín a un dermatólogo? Creo que lo principal es a tener paciencia, algo primordial para tratar a nuestros pacientes a veces el conseguir aclimatar una planta y que llegue a florecer puede ser tan difícil como el controlar un brote de dermatitis atópica. Las plantas dan muchas satisfacciones, sobre todo cuando vemos cómo hemos conseguido unas flores fantásticas, de algo que unas semanas antes eran solo semillas, esquejes o pequeños plantones. Sin embargo la dermatología y, sobre todo, esa terrible afición que tenemos de ir a una reunión o a un congreso cada semana colisiona claramente con los ciclos de la naturaleza, que no esperan; así, cada época tiene una labor en el jardín, como la poda, hacer sementeras y trasplantar a arriates o macetas las nuevas plantas, aunque desgraciadamente estas épocas coinciden con la asistencia a un congreso, y hasta ahora siempre gana la dermatología. Sin embargo, acudir a reuniones científicas también puede dar lugar para visitar algún famoso jardín (fig. 1), tienda especializada en semillas o bulbos y hasta algún jardín botánico. Un jardín enseña también a contemplar matices de colores, algo importante en nuestra especialidad, pues no hay que olvidar que la dermatología es una disciplina visual.

Figura 1.

Jardines de la Villa d'Este en Tívoli.

(0.17MB).

¿Qué satisfacción saco de algo tan poco lucrativo? El goce estético de contemplar un jardín en flor, y que uno mismo ha cuidado, es inmenso. Sabes que esas plantas son únicas y conoces todos sus secretos. Los olores, los matices de colores, las formas, ¡son tus plantas! y no las cambiarías por nada; aunque miento, ya que los jardineros somos un poco envidiosos, y cuando uno va a tierras más propicias para determinadas plantas le gustaría quedarse a vivir allí, y como eso no puede ser se trae semillas para intentar criar esa extraña planta, en la mayoría de las ocasiones con malos resultados.

En definitiva, teniendo un jardín en Andalucía (fig. 2) entiendes que otros pueblos que vivieron anteriormente en la Península lo añoren, e incluso que en algunas religiones sea el paraíso soñado.

Figura 2.

Rincón del jardín del autor en primavera: begonias, clivias y azaleas.

(0.2MB).
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