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Vol. 98. Núm. 7.
Páginas 501-502 (septiembre 2007)
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Epitelioma ulcerado en la cara de un hombre
A man with an ulcerated carcinoma of the face
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L. Conde-Salazar, E. del Río, R. Díaz-Díaz, X. Sierra, F. Heras
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Autor de la figura: Enrique Zofío. Clínica del Dr. Azúa (Figura del Museo Olavide n.° 374. Hospital de San Juan de Dios; sala 5.ª, cama n.° 21)

Dr. Azúa

Historia clínica

N. N., de 45 años de edad, soltero, profesor de matemáticas, natural de Guadalajara, de temperamento nervioso, constitución pasiva sin antecedentes hereditarios.

Teniendo su residencia en París, donde se dedicaba a la práctica de la enseñanza, notó la aparición en la frente de un pequeño tubérculo duro, indolente, como un botón de camisa, algo rojizo, lo cual dio ocasión para que consultara con los doctores Pean, Petit, Trusseau y Vidal de Cassis: todos ellos diagnosticaron la lesión epitelioma y el tratamiento aconsejado fue el de los cáusticos potenciales, y entre ellos la pasta de Viena de Cancoin y de Goundre, seguido de la aplicación de ácido fénico en sustancia.

Mejorado notablemente de su dolencia aconteció el sitio de París, donde se encontraba; la escasez de víveres y la insuficiencia en la alimentación junto con las privaciones sin cuento que tuvo que sufrir dieron lugar a que se exacerbara el padecimiento, el cual muy pronto ulcerado invadió muchas de las partes que hasta entonces había respetado. Perdida la esperanza de su curación vino a España, y tras largos e infructuosos tratamientos, la mayor parte empíricos, ingresó en el Hospital de la Princesa y más tarde en este de San Juan de Dios.

El estado que ofrecía su dolencia en el momento de morir, que fue cuando se sacó este modelo, es el siguiente: situada la neoplasia epitelial en toda la extensión del arco superciliar derecho, se extiende hacia arriba por la eminencia frontal correspondiente, y hacia abajo ocupa toda la cavidad orbitaria y parte de la región malar, finalizando en la fosa temporal derecha; respeta, sin embargo, los cartílagos tarsos y queda circunscrito en las partes óseas por la apófisis cigomática y eminencia del pómulo; parcialmente vemos interesados la apófisis orbitaria interna, los propios de la nariz, los músculos, aponeurosis y piel que cubre los huesos, la apófisis ascendente del maxilar superior y palatinos hacia dentro; inferiormente tenemos a la vista el borde alveolar de la mandíbula inferior hasta el punto donde se considera situada la fosita mirtiforme, sin que restos de músculos la cubran, excepto en la porción externa, en donde aparecen algunos trozos del buccinador y ptérigo maxilar, simulando manojillos fibrosos libres y sin puntos de inserción fijos; sucesivamente encontramos la rama horizontal del maxilar inferior, en cuyo borde dentario y próximo al ángulo de este hueso se inserta el masetero roto en su continuación, la apófisis cigomática y parte del digástrico (vientre posterior) sigue después. Se aprecia distintamente la apófisis mastoides hacia atrás y el conducto auditivo falto del pabellón de la oreja, el globo ocular ha sido separado de sus vínculos de unión y en el punto de la pared superior de la órbita y arco supraciliar que han desaparecido, vemos el lóbulo frontal correspondiente herniado al exterior, aunque cubierto por la duramadre; la mandíbula inferior no puede ejecutar sus movimientos de elevación y depresión por falta de los músculos elevadores y depresores, y se hallan por esta razón interrumpidos los actos masticatorios.

El enfermo, perdiendo fuerzas cada día, llegó a un grado de tal marasmo que no podía levantarse de la cama, y consumido por las continuas pérdidas que experimentaba, murió a consecuencia de los progresos de la enfermedad que nos ocupa.

Tratamiento

Se han empleado innumerables recursos; no cabe la menor parte a los medios dietéticos y las sustancias semilíquidas, cuyos principios asimilados resultan poderosos; han desempeñado el mayor papel la merluza frita y reducida a pulpa, el jugo de la carne obtenido por expresión, menudillos de gallina en trozos muy pequeños, los bizcochos, el chocolate, la leche de vaca, los caldos, sopas y gelatinas formaban la alimentación del enfermo.

En el plan farmacológico ha tenido cabida casi toda la terapéutica más enérgica, los tónicos, los calmantes, los alterantes, los reconstituyentes y con especial mención los preparados ferruginosos, el aceite de hígado de bacalao, los preparados de quina, los de opio y el cinc, el ácido fénico y el yodo bajo diversas formas se usaron indistintamente sin ventajas.

Los medios tópicos que se han puesto en uso no son menos numerosos, primeramente los lavatorios de cocimiento de adormideras y los emolientes usuales, el clorato de potasa en disolución acuosa al 3 por 100, el ácido fénico, bajo la misma forma la tintura de yodo, la esencia de trementina, el iodoformo, el bálsamo samaritano fenicado, las disoluciones de permanganato de potasa, las de tartrato férrico potásico, los ácidos diluidos y pomadas variadísimas, sin que con nada de esto haya podido evitarse la fatal terminación.

Comentarios

La historia clínica original nos indica los pocos medios que existían para combatir estos procesos tumorales y cómo la dietética desempeñaba un papel primordial. Durante su exposición en el XXXIV Congreso Nacional de Dermatología (Madrid, mayo de 2006) varios de los visitantes reconocieron haber tenido en los últimos años un caso similar.

Este molde posee la peculiaridad de haberse realizado directamente sobre el paciente, que en este caso y por medio del historial conservado sabemos que había fallecido. La coloración y aspecto seroso de la lesión son originales, si bien durante el proceso de restauración se procedió a avivar los pigmentos preexistentes mediante veladuras y aplicación de barniz.

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